Un día, durante mi caminata diaria, me llamó la atención la abundancia de maleza y la cantidad de basura tirada que había en las vías. Al terminar de caminar me sentí desmoralizado por aquello que opacaba la belleza natural.
Después de un tiempo, empecé a descubrir algo bello entre esa maleza y basura. Una enorme variedad de pequeñas flores aparecía aquí y allá – colecciones de distintas florecillas de surtidos colores, cada una con su belleza particular, muchas de ellas escondidas entre la maleza, esperando ser descubiertas para embellecer y alegrar el día.
En mis caminatas empecé a sacar fotos de esos ramilletes y a compartirlas con mi mamá, para que adornen el saludo que le envío todas las mañanas.
Vivimos en un mundo que está saturado de malas noticias – de malezas y basura. Las 24 horas del día somos bombardeados por noticias – noticias de violencia, – de tragedias, – de catástrofes. Desafortunadamente, lo bueno no siempre es noticia! Somos bombardeados también por un sinfín de programas de telerrealidad (reality-shows), donde se explota la vulgaridad y la violencia, con personajes que se piensan actores. No hay espacio, por lo general, para lo bueno y lo bello.
Cada uno de nosotros, al finalizar la jornada diaria, termina agotado y cansado, no solo por el trabajo, sino también por toda la energía que perdemos por esa “maleza y basura.”
Nos hemos acostumbrado a lo malo, a lo negativo, olvidándonos de lo bello, de lo positivo – la generosidad y el Amor.
En este tiempo de Pascua – celebración de Vida y triunfo del Amor – tenemos que esforzarnos en descubrir que, en medio de la “maleza y basura” con que se nos bombardea todos los días, existen muchas florecillas que están ahí para alegrar nuestro día, para abrir nuestros ojos y nuestro ser a lo que es verdaderamente bello – el Amor.
Esas florecillas son todos los dones con los que Dios, el Señor de los Cielos, nos colma cada día. El lugar principal donde descubrimos esa belleza – esos dones – es en el corazón. Muchas veces nuestro corazón, asfixiado por la falta de cuidado y de oración, se siente impotente. Todo lo que necesitamos para encontrar el sentido y la alegría de vivir lo tenemos dentro de nuestro corazón. Los afanes de la vida nos han hecho olvidar que la vida esta tapizada de flores – de talentos que están esperando ser descubiertos para alegrarnos y embellecer nuestra vida.
La Pascua no puede pasar sin dejar una huella de esperanza, y de alegría – de Amor en nuestros corazones. Todo aquello en el mundo que destruye y que roba nuestra alegría, fue destruido por Jesús, quien triunfó sobre el poder del pecado, y nos muestra la verdadera vida. Jesús nos espera. Si – movidos por sabernos hijos de Dios – aceptamos de sus manos el regalo de su Amor en nuestros corazones, triunfaremos, como aquellas florecillas, con la belleza de la dignidad con la que cada uno de nosotros fue creado.
No debemos dejarnos arrinconar por la maleza y basura en el mundo, ni perder la esperanza; Jesús nos invita a que seamos participe de su Vida – de su Amor.
Dediquemos diariamente tiempo para encontrarnos con Jesús, para encontrarnos con aquel que nos ama. Ese tiempo de oración – en la intimidad de corazones donde uno comparte penas y alegrías, sentimientos y pensamientos – es la intimidad de su Amor donde descubrimos, con mayor profundidad cada vez, la verdadera belleza.
Todo lo que Dios creó fue por Amor, y nosotros somos la culminación y obra maestra de Su creación. Por lo tanto, como fruto de su infinito Amor, no podemos sucumbir al pecado y perder nuestra dignidad.
Aportemos un rayo de esperanza, y de alegría – de Amor – al pequeño mundo en que vivimos para que, con la luminaria de nuestra fe y de nuestras obras, podamos proclamar con Jesús el triunfo de la vida sobre el pecado.
No importa cuán pequeña sea una flor, ¡es perfecta y por eso luce! Lo mismo es nuestro corazón; Dios le da todo lo que necesita para que, a través de nuestra vida ordinaria, el corazón irradie el Amor que de Jesús recibimos en la oración y en los sacramentos.
El mal – la “maleza y basura” – existe en el mundo. No lo podemos negar; nos quiere hacer creer que puede triunfar. ¡El triunfo verdadero es el de Jesús! Él destruye el pecado y la muerte, y nos colma de dones. Jesús da Vida y es Amor.